El pasado 30 de Septiembre nos dejó para siempre el tan querido y admirado Quino, a los 88 años.
Ya todo el mundo lo ha llorado, recordado y homenajeado, recorrido su obra y su vida hasta que no queda prácticamente nada nuevo que decir sobre este maravilloso artista, uno de los más grandes humoristas y dibujantes no sólo del país sino del mundo entero.
Pero quiero detenerme en una pequeña coincidencia, tal vez sólo significativa para mí mismo; pero que no puedo soslayar: ese día, el 30 de Septiembre, es el de mi cumpleaños. No tendría ninguna importancia, si no fuera por el hecho de que Quino influyó de manera decisiva en mi carrera, y por lo tanto, en mi vida. Lo cual me lleva a pensar y pensar, sin haber llegado a una respuesta hasta ahora, pero con la seguridad de que algo hay para mí en esa rara coincidencia; un mensaje, una muestra de alguna oculta sincronicidad, al decir de Carl Jung.
Mientras sigo tratando de develar este misterio, reproduzco aquí a manera de homenaje al Maestro, la nota que le dediqué otro Día del Dibujante, como hoy, hace siete años, en este mismo blog; una de las últimas veces que tuve el gusto de verlo con vida. En esta nota cuento de qué manera Quino me ayudó a dar mis priimeros pasos en el mundo del dibujo, tal vez los más importantes.
Para Quino, en el Día del Dibujante
Su respuesta, maestro, no se hizo esperar: Que estudiara Bellas Artes, que no hiciera como usted, que empezó y dejó, y si no, que fuera a IDA, donde Breccia, Pereyra y Borissof, Famosos Artistas que habían formado parte de la Escuela Panamericana de Arte, daban clases. Me tentó mucho más la segunda opción. En las vacaciones de invierno me escapé a la gran ciudad y visité el local que alquilaba IDA en Florida al '700. Nunca olvidaré la escalinata que llevaba a un lujoso primer piso. Alli me atendió el mismísimo Alberto Breccia, quien, tras ver mis dibujos sólo dijo "¡Métale!" Y para mí fue suficiente.
Algo cambió en los meses que siguieron. Yo venía dibujando una página por día, religiosamene, de una historieta y otra y otra... siempre dentro de los límites de la historieta humorpistica infantil, como yo habia estudiado por correo en las lecciones de la Continental School. Patoruzú, Hijitus, Arturito el Justiciero, eran mis modelos. Hasta que Silvia, para mostrarme quién era Quino, me prestó un libro de Mafalda, uno de los primeros. Y todo cambió: me di cuenta que se podía hacer historieta de otra manera, expresando ideas, una visión personal del mundo, algo más que hacer reir. Por eso, usted fue mi maestro desde ese entonces aunque nunca lo supo. La última historieta que dibujé en Ramallo antes de venir a Buenos Aires, mostraba ya esos cambios: los personajes se movían en escenarios reales, actuales, entre secuestros, ambiciones y dilemas existenciales. La semilla estaba sembrada.
Pasaron muchos años. Curiosamente, nuestros caminos prácticamente no se cruzaron, salvo un par de coincidencias fugaces que no nos permitieron el diálogo. Supongo que usted ya me había olvidado, habiendo sufrido el asedio de miles de admiradores y principiantes como yo a o largo de todo ese tiempo. Y sin embargo, yo sentía que le debía una palabra de agradecimiento, por lo menos.
Con Mafalda en 2009, otro Día del dibujante como hoy, en la esquina donde nació: Chile y Defensa.
Por eso, cuando asistí a la inauguración de la muestra de Oski, hará un mes, con la certeza de que usted iba a estar y decir unas palabras junto con el curador de la muestra, mi amigo Miguel Rep, supe que el momento había llegado. No era fácil, sin embargo, porque la gente lo rodeaba, se disputaba su proximidad, como siempre, pero finalmente logré que Miguel, con el que usted mantiene una amistad profunda, nos juntara para sacarnos unas fotos.Algo le dije pero entre mi timidez y la suya, proverbial, creo que sólo conseguí marearlo un poco más. Tenía la foto al menos, pero algo me faltaba...
Desde que publiqué mi primer libro, en 1997, con un personaje propio, Orquídeo Maidana, tuve la intención de llevarle un ejemplar, de dedicárselo, de dejarle en sus manos ese testimonio de que sus consejos habían dado algún fruto, que aquel chico al que usted orientó sin conocerlo, por carta, había dedicado su vida al dibujo... como usted, maestro!. Era como decirle: "Aquí estoy. Lo conseguí, soy un dibujante, ésta es mi obra!". a la semana siguiente tuve una nueva oportunidad, cuando se inauguró la muestra de Calé en la Biblioteca Nacional. Allí fui con la reedición de aquel libro, corregida y aumentada, publicada por La Duendes en 2012... ¡y dedicada de puño y letra!
Bueno, ¡ya está! Quino: usted tiene mi libro. Y yo tengo el grato recuerdo de este momento en que el alumno al fin le pudo dar las gracias al Guía, al Mentor, al Maestro. Al Dibujante. tal vez el más grande de los creadores del humor gráfico en la Argentina y el mundo. El padre de Mafalda... no hace falta decir nada más... ¿o sí?...
Una pena enorme, recuerdos imprecederos que me aconpañarán por siempre, una admiración sin límites y un afecto intraducible en palabras, es lo que puedo consignar en esta despedida al hombre. No a su obra, que por suerte para los argentinos, será siempre parte fundamental de nuestra cultura , de la cultura de la Patria Grande y de la humandiad.
¡Gracias por tanto, querido Quino!
la nota original puede verse en esta página:
http://jose-massaroli.blogspot.com/2013/11/para-quino-en-el-dia-del-dibujante.html
Muy buena historia y buen homenaje a alguien tan importante, aunque no es mi autor preferido, su obra es inmortal.
ResponderEliminarAsí es: tenemos Mafalda para rato y sus chistes unitarios a toda página, como todo lo realmente bueno, no tienen fecha de vencimiento. Muchas gracias!
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