lunes, 4 de noviembre de 2019

“¿Qué querés ser cuando seas grande?” de Marcelo Pulido. Nuevo libro

HISTORIETA ARGENTINA
¿Qué querés ser cuando seas grande?” de Marcelo Pulido

Escribir después del horror
Como parte de la celebración por los diez años de Historieteca, su editor, Marcelo Pulido, se dio el lujo de escribir nueve guiones que fueron ilustrados por nueve grandes artistas del medio y publicados en un libro. ¿El eje conductor que los conecta? La última dictadura militar en Argentina.

Por: Facundo Vazquez
Publicación original en: 

“¿Cómo llega un niño a convertirse en un asesino? ¿Cómo llega una sociedad a cometer un genocidio? ¿Cómo se vive con eso? ¿Cómo se convive, transcurre la vida durante el horror?”

Esas preguntas serán tal vez nuestra primera aproximación al libro cuando veamos la contratapa en la librería. Ya cuando llegamos a casa y empezamos a leerlo, la cita de Theodor Adorno, nos pone en el contexto teórico de la obra:

¿Por qué abrir un libro de historietas con una cita de un filósofo y teórico literario? Sé que se mueren por saberlo y por eso voy a empezar hablando de eso: Adorno sostuvo una conocidísima polémica con György Lukács respecto al tema del realismo, polémica que resumiré groseramente diciendo que mientras Lukács sostenía la doctrina soviética del realismo socialista y condenaba como desviación burguesa (casi) todo ejercicio formal o vanguardista, Adorno defendía la necesidad de la innovación constante en el arte, por lo que no podía ceñirse a ninguna teoría dogmática... menos si ese dogma venía impuesto por una doctrina política. Ambos, finalmente, coinciden en que debe haber algo en la literatura, por más realista que esta sea, que la diferencie del ensayo, la ciencia o la historia y ese algo tiene que ver con su función estética y por lo tanto con la artificialidad de las formas.

La experiencia de la segunda guerra mundial lleva a la teoría literaria (y a la humanidad en su conjunto) a una crisis que obliga a replantearlo todo. Los soldados veteranos históricamente habían sido una fuente inagotable de anécdotas y relatos épicos. Desde “La Odisea”, tener un veterano sentado a la mesa era un privilegio y un honor porque siempre tenía una historia que contar de las aventuras y hazañas que habían vivido. Los combatientes de la segunda guerra, en cambio, regresaban mudos del frente. No podían o no querían hablar de lo que habían visto y vivido. Su experiencia no se convertía en relato, era inenarrable.

El fenómeno llegó a un extremo cuando el periodista ruso Vasili Grossman difunde las primeras noticias sobre los campos de exterminio. ¿Cómo explicar que la eficiencia, el método y hasta la ciencia habían sido puestos al servicio de la muerte y el horror? En ese contexto debe leerse la frase de Adorno:

“No se puede escribir poesía después de Auschwitz”

La contradicción surge de que esa realidad exigía ser expuesta y al mismo tiempo el horror había alcanzado tal magnitud que todo intento de describirlo parecía una banalización. La historia y el periodismo podrían replegarse sobre la objetividad de la crónica, pero ¿qué podía hacer la literatura? El escritor comprometido siente una responsabilidad moral con la realidad que le impide abstraerse de la misma. No puede, digamos, soslayar la atrocidad que acaba de ocurrir y contarnos como antaño la historia de una princesa encantada en un castillo. Pero a la vez surge la pregunta ¿Es lícito hacer arte sobre el horror? ¿No es abyecto sobreimprimir una intención estética sobre la experiencia del exterminio?

La experiencia del horror en la historieta argentina.
Nuestra literatura (también nuestra historieta y nuestro arte en general) se encontró ante una disyuntiva similar al término de la última dictadura militar. De manera similar a lo ocurrido con los campos del Reich, la información sobre los crímenes de estado, en el momento en que se produjeron, había llegado a la población de forma muy heterogénea. Algunos habían visto algo o contaban con información confiable, otros tenían sospechas y muchos sostienen que permanecieron totalmente ignorantes de todo lo ocurrido.

Como fuera, la llegada de la democracia, la formación de la CONADEP y el “Nunca Más” trajeron consigo un duro golpe de realidad para nuestra sociedad. Los abismos del horror habían alcanzado una profundidad y una magnitud que la inmensa mayoría de la gente común no hubiera siquiera imaginado.

Es así que durante la década del ochenta, la historieta argentina para adultos se vio influida fuertemente por la atmósfera de la dictadura, la represión, los desaparecidos, etc. Incluso cuando la intención no era documental o no estaban hablando de la dictadura explícitamente, aun en las historietas de aventuras o de ciencia ficción, los conflictos no resueltos de nuestra historia reciente siempre podían leerse entre líneas.

En nuestro país, se sumó la dificultad de que la política, la historia y el periodismo, de cara a una reorganización democrática, produjeron una avalancha tan grande de interpretaciones que los hechos quedaron casi sepultados debajo de los textos. Era necesario conciliar y la realidad parecía apuntar en una dirección totalmente contraria... por lo que los hechos debieron ser “interpretados” a partir de un relato que permitiera pacificar la sociedad.

Con el paso de los años y las décadas, los argentinos hemos llegado a algunos acuerdos: Dejamos de decir “el proceso” y todos decimos “la dictadura”. Incluso, últimamente, te miran mal si no le agregás “cívico militar”. De a poco, abandonamos palabras como “guerra sucia” o “subversión” y adoptamos el correcto “terrorismo de estado”. Pero todavía quedan muchas zonas convenientemente grises y nebulosas sobre las que se basan las transiciones democráticas, más o menos pacíficas, en todas partes del mundo. Respecto a la dictadura cabe preguntarse ¿logramos desenterrar los hechos o nos quedamos con la interpretación más conveniente? Y, si fuera la segunda opción, ¿conveniente para quién?.

El caso es que, mientras más se avanza desde otros discursos sociales, menos necesidad demuestran los autores en revisitar dicho periodo en sus obras, y pasamos de esa omnipresencia que se observaba en las historietas de los ochentas a que el tema de la dictadura tome a un lugar bastante relegado en las producciones actuales.

Por eso “¿Qué querés ser cuando seas grande?” es una obra que hoy sorprende por su excepcionalidad. Algunos considerarán que el tema reviste cierto anacronismo... que su conflicto carece de actualidad. Otros, viendo que en las últimas elecciones, varias plataformas siguen sosteniendo el modelo económico neoliberal que la dictadura impuso a sangre y fuego; que se reivindica una política policial de mano dura y gatillo fácil; que se aboga por el regreso del servicio militar obligatorio e incluso uno de los candidatos a presidente es un militar retirado que se levantó en armas contra la democracia en dos oportunidades... Otros, digo, considerarán oportuno revisitar esos momentos oscuros de nuestra historia reciente que algunos parecen haber olvidado.

La obra, tratando de no spoilear.
Marcelo Pulido, editor y guionista de todas las historias que conforman este volumen, encontró una respuesta a cada una de las decisiones estéticas que plantea el abordaje del tema de nuestra última dictadura militar. Y como suele pasar con los artistas honestos, cada una de esas respuestas es su respuesta.

La primera decisión estética llega por el lado de la diversidad. El libro tiene una unidad y un fuerte sentido de cohesión pero a la vez es un caleidoscopio de voces y perspectivas. Nueve autores distintos: Dante Ginevra, Lauri Fernández, JOK, Marcos Vergara, Sergio Ibáñez, Ian Debiase, José Massaroli, Fabián Mezquita y Ezequiel Rosingana abordan la faz gráfica del volumen, dándole a cada relato un estilo y una impronta diferente y personal.

La segunda decisión estética la aporta el silencio. Varias historias son mudas y creo que el tomo en su totalidad tiene menos texto que una página de Oesterheld. Hay pocos diálogos y la mayoría son irrelevantes y cotidianos. Pulido defrauda voluntariamente el horizonte de expectativas de un lector ingenuo que esperaría palabras cargadas de dramatismo en consonancia con las tragedias que se vislumbran y solo encuentra personas comunes que se saludan al cruzarse por la calle o al salir de la oficina. Esas pocas palabras no parecen estar allí para revelar la realidad sino para darle una sombra de cotidianidad detrás de la cual ocultarse... y para hacer que en su ausencia, el silencio resulte todavía más asfixiante. Ese silencio que pesaba como una cortina de plomo sobre la sociedad argentina llega a convertirse en protagonista de alguna de las historias como ocurre en el penúltimo relato.

Recién hablábamos de las personas comunes y creo que esa es otra de las grandes elecciones estéticas de la obra. La forma en que se muestran a las personas que participaron de hechos tan aberrantes siempre es una decisión arriesgada. Construir el personaje de un represor como un avatar de inhumanidad absoluta puede ser tranquilizador, porque lo coloca fuera de la realidad del lector. No tiene nada que ver conmigo ni con nadie que yo conozca. No es realmente una persona sino un monstruo. Es una alteridad radical. No necesito ni siquiera intentar entenderlo.

El problema de esta opción es que resulta falaz. Esos seres capaces de las mayores perversidades eran humanos. De mierda... pero humanos. Tenían madre, familia, frustraciones, sueños. Y eso nos interpela, nos jode, nos problematiza porque nos muestra que más allá de nuestras diferencias radicales, también existen coincidencias.

”¿Qué querés ser cuando seas grande?” recorre un amplio espectro de personajes, desde el torturador hasta la madre de plaza de mayo, pasando por una gama muy variada de testigos a los que el azar puso en contacto con diferentes formas del horror. Y todos esos personajes son abordados desde una profunda humanidad.

La cuarta elección estética está en una ausencia. Porque entre toda esa diversidad de personajes que protagonizan los relatos, faltan las víctimas. Las víctimas irrumpen en el relato en imágenes fugaces. Son cuerpos arrojados o devueltos del mar, tiros que se escuchan en la casa de enfrente, un hombre y una mujer atados a los que vemos apenas por una viñeta mientras el resto del país sigue la final de la copa del mundo. Los desaparecidos están en todas partes y en ninguna. No protagonizan ningún relato porque la característica que los define es justamente la ausencia. Y sin embargo están en todos como lo que son: una dolorosa cicatriz en nuestra sociedad.

Pulido y Massaroli cuando preparaban El Manuscrito, la anterior obra del remarcable guionista y editor

Por último, dado que empezamos este análisis con una cita de Theodor Adorno, quiero (para devolver el balance al universo) cerrarla con otra de su viejo antagonista György Lukács:

“De un libro me interesa siempre si lo que en él se dice, no hubiera sido posible relatarlo de la misma forma en un reportaje, si se plantean cuestiones o se resuelven problemas en un nivel realmente artístico y no en las dimensiones de la sociología”

 Creo que esta es la elección definitiva de la obra: la de no renunciar a la intención estética a pesar de lo terrible del asunto. Demostrar que, a pesar del epígrafe, necesitamos seguir haciendo arte después del horror.
Facundo Vázquez

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