Hace unos días tuve el gusto de contestar las preguntas de Andrea Kostuner, poeta, conductora de varios blogs dedicados al arte. En el que enfoca las artes plásticas apareció esta nota, donde las preguntas vienen dirigidas desde el arte en general, más que desde la historieta, lo que me posibilitó poder explayarme de otra manera en mis respuestas.
He aquí el comienzo de la nota:
Entrevista al Artista José Massaroli
Cuando pude hablar con Quino, recién llegado a Buenos Aires con 18 años, muchos dibujos y muchas ilusiones a cuestas, oí hablar de las Bellas Artes. Él me recomendó que estudiara en la facultad, aclarando que él no lo había hecho y se arrepentía. Bueno, yo elegí seguir lo que él había hecho y seguí adelante con la historieta. El enorme Alberto Breccia me propinó un “Métale” cuando vio mis dibujos, y ese fue mi lema a partir de ahí. Estudié con grandes ilustradores: Pablo Pereyra y Ángel Borisoff y también leyendo los libros de Andrew Loomis, empecé a comprender que lo que yo quería hacer era una rama del arte.
2. ¿Cuándo decidiste dedicarte a esto?
Desde muy chico, en mi casa cuando me veían agarrar un lápiz y retratar a mi abuelo o intentar dibujar las incidencias de un partido de fútbol transmitida por la radio, todos decían ”Este chico va a ser dibujante”; y se ve que lo tomé como un mandato. A los diez años hice un curso por correspondencia y al recibir un diploma de “Dibujante Profesional” a los 12, me convencí de que mi destino estaba trazado: sería dibujante de historietas sí o sí, y empecé a escribir y dibujar una página de historieta por día, a la siesta, después de comer, en un pequeño escritorio que todavía está en mi casa natal.
3. ¿Crees que el arte es sanador?
Totalmente. En mi caso creo que me salvó de la locura o el suicidio, ya que no se me ocurre a qué otra cosa podría haberme dedicado. Villa Ramallo, donde nací, era un pueblo chico (ahora es otra cosa) y no era bien visto salirse de los caminos trillados. Mi padre había fallecido y mi madre trató de que entrara a trabajar en la sucursal del Banco Nación. Por suerte no tuvo éxito, porque me hubiera asfixiado entre planillas, facturas, cheques y pagarés; no era lo mío para nada. Mis comienzos en Buenos Aires fueron duros, sentí mucho la soledad de la vida en un hotel, pagaba mis estudios vendiendo Curitas casa por casa, pero siempre que me sentaba al tablero a dibujar, me olvidaba de todo. Borges decía que “el trabajo siempre trata de salvar a su hombre”, y en mi caso así fue.